En una tarde lluviosa, Gustavo conducía su viejo automóvil cuando de pronto vio a una señora
anciana con su auto Mercedes al lado de la carretera. Por más de una hora nadie
se había detenido para ayudarla con su neumático desinflado. El hombre muy
humilde y hambriento bajo de su auto y le dijo a la anciana: Si me lo permite
puedo ayudarla, entre en su vehículo y así estará protegida de la lluvia. Mi
nombre es Gustavo. Al terminar la anciana le preguntó cuánto le debía por su gentileza.
Gustavo le dijo a la anciana que si quería pagarle, la mejor forma de hacerlo
sería que la próxima vez que viera a alguien en necesidad y estuviera a su
alcance el poder asistirla, lo hiciera de manera desinteresada y se despidió.
Unos kilómetros más adelante la señora entrò a una pequeña cafetería. Una cortès
camarera se le acercó y le extendió una toalla para que se secara el cabello,
mojado por la lluvia. La anciana notó que la camarera estaba embarazada y pensó
en cómo, gente que tiene tan poco, puede ser tan generosa con los extraños, y
entonces se acordó de Gustavo. Terminó su café, pagó con un billete de cien
dólares y cuando la joven regresó con el cambio constató que la señora se había
ido dejando en la mesa un trozo de papel escrito y cuatro billetes de cien
dólares. Al leer la nota, sus ojos se llenaron de lágrimas: Esto es un regalo
para ti, hoy alguien me ayudó como ahora lo estoy haciendo por ti. Si quieres
pagarme, esto es lo que puedes hacer: No dejes de ayudar a otros con amor y
desinteresadamente. Esa noche, ya en su casa, la camarera meditaba… ¿Cómo
sabría la anciana los problemas económicos que estaba pasando, y más ahora con
la llegada del bebé? Acercándose suavemente para no despertar a su agotado
esposo que debía levantarse muy temprano, mientras lo besaba tiernamente, le
susurró al oído: Todo va a estar bien... te amo Gustavo.