Una vez escuché a una mujer que decía: “Tengo que aprender a
relajarme y a soltar los problemas que no me corresponden. Me preocupo
demasiado por los problemas de las personas que me importan, intento ayudarles
y darles soluciones… pero como todo cuanto haga no es más que poner parches en
las vidas de quienes realmente tienen que realizar los cambios, me acabo
enfermando de tantas responsabilidades, decepciones y desilusiones al ver que
nunca es suficiente y los problemas persisten… Sé que no son mis problemas,
pero los quiero, me importan, y los siento como problemas propios ¡Que
sufrimiento! ¡Que ansiedad y estrés!”. La Biblia predijo que nuestros días serían
muy críticos, llenos de preocupaciones y difíciles de manejar (2 Timoteo 3: 1).
Sin embargo, las preocupaciones no son malas, al contrario, es bueno
preocuparse por ayudar a las personas que uno ama (Gálatas 6: 10). Las
preocupaciones nos impulsan a actuar siempre y cuando nos impulse a hacer lo
que es debido. El problema es cuando las preocupaciones te llenan la cabeza de
pensamientos negativos que te atrapan en un laberinto del que no puedes salir.
Tu mente no deja de pensar en todas las cosas que esa situación pudiera
provocar. Proverbios 14: 30 dice que “La paz en el corazón da salud al cuerpo”.
En cambio la ansiedad puede provocar dolores de cabeza, mareos, malestar
estomacal y taquicardias… ¿Qué puedes hacer si preocuparte demasiado te está
haciendo daño?