“Durante el primer año del reinado de Darío, yo, Daniel, estaba un
día leyendo las Escrituras. Cuando leía, me di cuenta de que el mensaje del
SEÑOR al profeta Jeremías dice que el templo de Jerusalén estará en ruinas
durante setenta años. Entonces decidí orar al Señor mi Dios y pedirle ayuda…”
Daniel 9: 2 – 3 Daniel se encontraba estudiando en el libro del profeta
Jeremías cuando la palabra escrita se apoderó de sus pensamientos, y sintió el
impulso de orar. La oración de Daniel nació de la tensión entre la verdad
escrita de Dios y el mundo que contemplaba a su alrededor. No hubiera surgido
conflicto alguno si Daniel hubiera tomado la Palabra de Dios superficialmente,
o no hubiera sentido preocupación por su pueblo. Daniel tenía un enfoque lleno
de motivación: tenía la firme decisión de que la realidad del mundo debía ser
adaptada a la realidad de la Palabra de Dios. Estaba dispuesto a no rendirse
hasta encontrar la solución, no importa cuánto esfuerzo requiriera. Se entregaría
a la oración, a la súplica, y aún al ayuno, hasta alcanzar algún resultado. Se
vistió de cilicio y volcó ceniza sobre su cabeza. El asunto era serio... Daniel
sabía cómo orar. Había leído las palabras de Dios y había creído en ellas. Cuando
oraba, ayunaba, confesaba sus pecados y suplicaba a Dios que le revelara su
voluntad. Oraba con una entrega completa a Dios y era totalmente receptivo a lo
que Dios le dijera.