Nos cuenta Plutarco en una de sus historias, que en aquellos
tiempos de la antigüedad había un romano que decidió separarse de su mujer,
abandonándola. Sus amigos, le recriminaron por ello, pues no veían claros los
motivos de aquel divorcio: "-¿No es hermosa?"- preguntaban. "-Sí.
Lo es. Y mucho" "-¿No es, acaso, casta y honrada?" "-Sí.
También lo es". Extrañados, insistían en conocer el motivo que había
llevado a su amigo a tomar una determinación tan extrema. El romano, entonces,
se quitó un zapato y mostrándolo a sus amigos les preguntó: - ¿Es bonito? - Sí.
Está bien - dijeron ellos. - ¿Está bien construido? - Sí. Eso parece -todos
aprobaron. Y entonces él, volviéndoselo a calzar, les aseguró: "Pero
ninguno de vosotros puede decir dónde me aprieta". De ahí viene la típica
frase que hemos oído alguna vez: "¿Dónde aprieta el zapato?" Nadie
puede saberlo sino el mismo que lo usa. Nadie más que uno mismo puede estar en
sus propios zapatos. Los cheyenes, indios americanos, tienen una frase que
encaja con lo expresado: "Para conocer a una persona, hemos de andar
muchos kilómetros con sus propios mocasines". Algo similar al proverbio
español: "No conocerás a nadie hasta haber consumido con él un saco de
sal". De ahí el respeto que nos han de inspirar las decisiones ajenas.
Siempre corresponden a situaciones que desconocemos ¡No estamos en los zapatos
de la otra persona! Evitemos juzgar…