Un padre llevó a su hijito por un paseo largo en el bosque. Como
era pequeño le llevaba sobre sus hombros por mucho rato. Luego le puso sobre
sus pies y le dijo que tendría que caminar hasta la casa. Al rato el pequeño
lloraba porque estaba muy cansado, demasiado cansado para tomar un paso más. El
padre cortó un palito y lo limpió muy bien de toda astilla mientras el niño
observaba. Al terminar, dijo: “Mira, hijo, te presento con tu propio caballito
para que te lleve a casa.” Encantado, el niño se montó sobre su caballito y
felizmente llegó a su casa. Y en casa dio vueltas por todo el jardín hasta que
tuvo que ir a bañarse y acostarse, ya rendido. A veces nuestro Padre nos lleva
y a veces nos deja caminar, y muchas veces creemos que ya no podemos más cuando
alguien, movido por El, nos ofrece un caballito – una idea, una promesa, una
canción nueva, un abrazo, una oración intercesora, lo que sea, y sobre ese
corcel llegamos a la meta. Aprendamos a identificar cuando esos caballitos de
madera vienen por parte de Dios para entretenernos e impulsarnos para luego
descansar en la noche con la satisfacción de habernos divertido con el
caballito. ¿Necesitas hoy un caballito? ¿Conoces a alguien que está necesitando
un caballito? Ofrécelo con ternura, recordando nuestro propio cansancio a
veces. En una ocasión un discípulo preguntó a su maestro: - Maestro, me siento
desanimado ¿Qué puedo hacer para recuperar el ánimo? – El maestro le respondió:
- ¡Anima a los demás!