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lunes, 17 de julio de 2017

El cofre de los vidrios rotos


Érase una vez un anciano que vivía solo y era tan viejo que ya no podía trabajar. Tenía tres hijos que habían crecido y estaban tan ocupados con su propia vida nunca tenían tiempo para ver a su padre. Acercándose la celebración del Día del Padre, el anciano fue a ver a su amigo el carpintero y le pidió que le fabricara un cofre grande. Luego fue a ver a su amigo el cerrajero y le pidió que le diera un cerrojo viejo. Por último fue a ver a su amigo el vidriero y le pidió todos los fragmentos de vidrio rotos que tuviera. El anciano se llevó el cofre a casa, lo llenó hasta el tope de vidrios rotos, le echó llave y lo puso bajo la mesa de la cocina. El Día del Padre, los tres hijos fueron a visitar al anciano y al ver el cofre preguntaron: — ¿Qué hay en ese cofre?—. — Solo algunas cosillas que he ahorrado— respondió el anciano —. Sus hijos lo empujaron, oyeron un tintineo y vieron que era muy pesado. — Debe estar lleno con el oro que ahorró a lo largo de los años — susurraron. Deliberaron y acordaron turnarse para vivir con el viejo, y así custodiar el tesoro. Cada semana, un hijo se mudaba a la casa del padre, lo cuidaba y cocinaba. Lo hicieron hasta el día en que el anciano padre enfermó y falleció. Los hijos le hicieron un bonito funeral ¡Pues sabían que una fortuna los aguardaba! Cuando terminó la ceremonia, abrieron el cofre y lo encontraron lleno de vidrios rotos. — ¡Qué triquiñuela infame!— exclamó el hijo mayor–. ¡Qué crueldad hacia sus hijos! — Pero, ¿qué podía hacer? — Preguntó tristemente el segundo hijo—. Seamos francos. De no haber sido por el cofre, lo habríamos descuidado hasta el final de sus días. — Estoy avergonzado de mí mismo— sollozó el hijo menor—. Obligamos a nuestro padre a rebajarse al engaño, porque no observamos el mandamiento que él nos enseñó cuando éramos pequeños de honrar a los padres…