Una vez un ministro muy querido llevó un secreto, enterrado por
mucho tiempo en lo profundo de su corazón ¡El peso de un pecado! Que había
cometido hacía muchos años durante su entrenamiento en el Seminario. Nadie
sabía lo que había hecho, pero él sabía que estaba arrepentido. Aun así, había
sufrido remordimientos por años, sin idea del perdón de Dios. Una mujer en su
iglesia amaba al Señor profundamente y afirmaba que tenía visiones en las que
Jesús le hablaba. El ministro, escéptico de sus afirmaciones, le pidió: -“La
próxima vez que hable con el Señor ¿Podría preguntarle cuál fue el pecado que cometí
mientras estaba en el Seminario? La mujer asintió. Cuándo volvió a la iglesia
unos días después el ministro le preguntó: “¿Le visitó?” Ella contestó: “Sí”. –
“¿Y le preguntó qué pecado cometí en el Seminario?” – “Sí”, respondió. – “Bien,
¿qué le dijo?” – Dijo: “no me acuerdo”. ¡Si Dios te ha perdonado olvida también
tus faltas! “Yo, y nadie más, soy el que borra tus rebeliones, porque así soy
yo, y no volveré a acordarme de tus pecados” Isaías 43: 25. Cuando dejes ir ese
pasado que tanto te hiere, comenzará a sanar tu alma. Perdónate a ti mismo por
tus errores y también perdona a los que alguna vez les hicieron daño. Toda
persona debe tener un lote especial en su propio cementerio en donde enterrar también
las faltas de los amigos y familiares. “Sean buenos y compasivos los unos con
los otros, y perdónense, así como Dios los perdonó a ustedes a través de Cristo”
Efesios 4: 32.