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jueves, 13 de julio de 2017

La ùltima batalla


“Jesús se alejó un poco de ellos, se arrodilló hasta tocar el suelo con la frente y empezó a orar: “Padre mío, ¡Cómo deseo que me libres de este sufrimiento! Si es posible, no me hagas beber este trago amargo. Sin embargo, no hagas lo que yo quiero, sino lo que quieres tú, quiero que se haga tu voluntad, no la mía” Mateo 26: 39 Para Jesús todo se reduce a un solo problema: ¿No había otro camino? ¿No podía encontrarse una alternativa que le evitara la infinita tiniebla que estaba a punto de inundar su alma? Si no lo había, estaba dispuesto a seguir adelante. ¡Pero debía haber alguna otra forma! ¡Qué maravilloso que Dios se hiciera hombre! ¡Qué extraordinario que Jesús luchara con un problema con el que nosotros también luchamos! “Lo haré, Señor, si eso es lo que realmente quieres. Pero no sé cómo voy a poder hacerlo. ¿Es esto realmente lo que quieres que enfrente?”. Cuerpo y alma se desgarraban, resistiéndose, y con el alma agobiada por la tortura, Jesús clamó desnudando su voluntad: “No sea como yo quiero, sino como tú.” Jesús pronunció estas palabras por fe. Sabía por fe, aunque no pudiera sentirlo, que el Padre era justo, omnipotente, y fiel. Pero Jesús era tan humano como divino, y su corporalidad se resistía a todo lo que debía sufrir. Después de una hora, más o menos, debe haber sentido algo de paz dentro de él. Enfrentaría la muerte si era necesario. Con el pecho dolorido por la aspereza del suelo, se levantó, entumecido, y volvió hasta sus discípulos, que dormían. Podemos ver cómo había aumentado su fortaleza, porque al despertarlos, puede ayudarlos en su debilidad, está suficientemente libre de sus propias preocupaciones como para poder verlos como siempre los veía, débiles y necesitados de consejo.