Una iglesia se encontraba eligiendo a un nuevo ministro y había encargado
la tarea a un Comité de Relaciones Pastorales. Los miembros del comité rechazaban
solicitante tras solicitante, por alguna falta menor, real o imaginaria hasta que
recibió una carta que decía: “Caballeros: Entiendo que su púlpito está vacante
y me gustaría solicitar el cargo. Lleno con muchos requisitos. He sido un
predicador con mucho éxito y también he tenido algunos triunfos como escritos.
Algunos dicen que soy un buen organizador. He sido líder en la mayoría de los
lugares donde he estado. Tengo más de 50 años de edad y nunca he predicado en
un lugar por más de tres años. En algunos lugares, he dejado el pueblo después
de mi trabajo el cual ha ocasionado disturbios y levantamientos. Debo admitir
que he estado en la cárcel tres o cuatro veces, pero no a causa de alguna
fechoría. Mi salud no es muy buena, aunque todavía hay muchas cosas que puedo
llevar a cabo. Las iglesias en las que he predicado han sido pequeñas, aunque
han estado ubicadas en varias ciudades grandes. No me he llevado muy bien con
los líderes religiosos de los pueblos donde he predicado. En realidad, algunos
me han amenazado y hasta me han atacado físicamente. No soy muy bueno para
llevar registros. Se me conoce por olvidarme de los que he bautizado. Sin
embargo, si pueden utilizarme, prometo hacer mi mejor esfuerzo”. ¡Las
honorables personas de la iglesia estaban pasmadas! ¿Considerarían a un enfermizo,
buscapleitos, distraído, ex presidiario? ¿Quién firmaba su solicitud? ¿Quién
había tenido esa colosal desfachatez? Un miembro de la junta, con cara de
asombro dijo: -Está firmada por el apóstol Pablo-. “Y aunque la gente de este
mundo piensa que ustedes son tontos y no tienen importancia, Dios los eligió,
para que los que se creen sabios entiendan que no saben nada. Dios eligió a los
que, desde el punto de vista humano, son débiles, despreciables y de poca
importancia, para que los que se creen muy importantes se den cuenta de que en
realidad no lo son. Así, Dios ha demostrado que, en realidad, esa gente no vale
nada.” 1 Corintios 1: 27