Jesús dijo: “Ninguno de ustedes que tenga un esclavo, le dice:
“Ven, siéntate a comer”, cuando este regresa de trabajar en el campo, o de
cuidar las ovejas. Más bien, le dice: “Prepárame la cena. Quiero que estés
atento a servirme, hasta que yo termine de comer y de beber. Ya después podrás
comer y beber tú.” Tampoco le da las gracias por cumplir con sus órdenes. De
modo que, cuando ustedes hayan hecho todo lo que Dios les ordena, no esperen
que él les dé las gracias. Más bien, piensen: “Nosotros somos sólo sirvientes;
no hemos hecho más que cumplir con nuestra obligación”. Si obedecemos a Dios, solo cumplimos con nuestra obligación y debemos
considerarlo un privilegio. ¿Sintió alguna vez que merece un crédito extra por
servir a Dios? La obediencia es nuestro deber, no un acto de caridad. Jesús no
considera nuestro servicio sin sentido ni inútil, ni nos deja sin recompensa. Sin embargo, ataca la injustificable autoestima y el orgullo espiritual. Nuestro
Señor mostró a sus discípulos la necesidad de tener una profunda humildad. Jesús
enseñó y demostró una actitud diferente al servir él mismo a los discípulos
(Juan 13:1-16) cuando lavó sus pies… El Señor tiene derecho sobre toda criatura
como ningún hombre puede tenerla sobre otro; Él no puede estar endeudado con
ellos por sus servicios, ni ellos merecen ninguna recompensa suya. Los siervos
que han completado su deber no tienen derecho a esperar más que la paga
acordada y sentirse inútiles en el sentido de que no tenían nada de qué
jactarse.