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lunes, 6 de enero de 2020

El fuego de la prueba

En la madrugada del 2 de setiembre de 1666, si inició un gigantesco incendio en la ciudad de Londres, Inglaterra, que duró hasta el 5 de ese mes. El fuego destruyó el centro de la ciudad medieval, dentro de la vieja muralla romana de Londres convirtiéndose en una de las mayores calamidades de su historia. Destruyó más de 13 mil casas, 87 iglesias y 4 puentes sobre los ríos Támesis y Fleet. Se desconoce el número de víctimas fatales. Lo positivo de este incendio, en medio, de esta tragedia, es que puso punto final a la epidemia de peste bubónica que causó más de 100 mil muertes en la ciudad, desde su inicio en 1665. Desde el incendio, ¡Nunca más ha habido epidemias de esta enfermedad en Londres! El fuego consume, pero también purifica y refina. Así como el incendio de Londres devastó gran parte de la ciudad, pero, gracias a él, se frenó la peste, a veces Dios permite que el “fuego” nos alcance, para pulir nuestro carácter. Ya lo advirtió el apóstol Pedro: “Queridos hermanos, no se sorprendan de las pruebas de fuego por las que están atravesando, como si algo extraño les sucediera. En cambio, alégrense mucho, porque estas pruebas los hacen ser partícipes con Cristo de su sufrimiento, para que tengan la inmensa alegría de ver su gloria cuando sea revelada a todo el mundo”. (1 Pedro 4: 12 – 13). Dios pone al hombre donde él pueda probar sus facultades morales y revelar sus motivos, a fin de que puedan mejorar lo que es bueno en ellos y apartar lo malo.