El apóstol Santiago dijo en una ocasión que “Si uno sabe y puede hacer
el bien pero no lo hace, comete pecado”. Esto se llama OMISION, una mala
interpretación de la Regla de Oro. No es difícil frenar nuestra intención de
causar daño a alguien; como si lo es tomar la iniciativa para hacer un bien en
favor de esa persona. Justificamos nuestra indiferencia diciendo "eso no
tiene que ver conmigo" o "yo no tengo la culpa" solo para
adormecer nuestras conciencias.
Las lágrimas de quien camina a nuestro lado y que no enjugamos,
por no querernos involucrar.
El papel tirado en el suelo que no recogemos, porque fue otro
quien lo tiró.
El pedazo de pan que no compartimos, porque lo obtuvimos con
nuestro propio esfuerzo, nadie nos lo regaló.
No trabajar ni un minuto más, porque el contrato dice el tiempo
exacto por el cual nos pagan.
La herida que no quisimos curar, porque no fuimos nosotros quien
la provocamos.
El tiempo que le negamos a alguien que necesitaba hablar,
diciéndole lo ocupados que estamos.
La visita, que no hicimos, a ese enfermo que quedó en el olvido por mil
excusas y razones que inventamos.
Vivimos creyendo que con hacer lo que nos toca y no hacer mal a
nadie, ya somos buenos y nos hemos ganado el cielo. No nos damos cuenta que si sólo
hacemos lo que no nos cuesta, somos igual que los demás.