Jezabel procedía de Sidón, una ciudad rica y próspera, dedicada al
comercio. Era una princesa, la hija del rey de Sidón y esposa de Acab, rey del
reino del norte de Judá. Acab era un hombre sin carácter, ni voluntad, por lo
que Jezabel decidió tomar las cosas bajo su mano. Sustituyó poco a poco el
culto de Jehová por el culto a Baal. Aparecieron templos a Baal por todas
partes, con sacerdotes vestidos en preciosos atuendos. Banquetes, festividades,
y el pueblo seguía ávidamente todos estos festejos. Entretanto, el culto de
Jehová quedó prácticamente suprimido y los profetas fueron asesinados. Jezabel
era una mujer sin conciencia y sin corazón. Su arrogancia y su sensualidad no
conocían límites; habían acallado la voz de su conciencia. Puso a muerte a
Nabot para apoderarse de su viña, con acusaciones falsas y cuando Acab fue
herido mortalmente por una flecha y Jehú se dirigió a Jezreel, Jezabel se posó
indiferente a la ventana (2 Reyes 9: 30) con aires seductores y Jehú ordenó que
la echaran ventana abajo. Jezabel se nos aparece como una mujer repulsiva. Todo
su refinamiento sólo le sirvió para comportarse de modo más brutal. Para
hundirse más en el pecado. Incluso el malvado Acab queda pálido ante la
perversidad de Jezabel. El eterno juicio será sobre ella peor que el que
recibió en la tierra: pisoteada por los caballos y comida por los perros.
Cuando intentaron sepultarla no hallaron de ella más que los huesos de la
calavera, los pies y las palmas de las manos.