Una joven le contó a su madre que todo le había salido mal. El
examen de Matemáticas, fue terrible, su enamorado decidió terminar con ella y
su mejor amiga, precisamente en este instante, no estaba en la ciudad. La madre
abrazó a su hija, la llevó a la cocina y empezó a prepararle un sabroso pastel,
consiguiendo arrancar una sonrisa del rostro de su hija. Preparó los utensilios
e ingredientes que necesitaba, los colocó en la mesa y le preguntó a su hija: -Querida,
¿quieres un pedazo de pastel? -Claro mamá, sabes que me encanta el pastel... -Está
bien, respondió la madre. Bebe un poco de ese aceite que está en la cocina. Asustada,
la hija respondió: -¿Qué dices? ¡Jamás
bebería de ese aceite! -¿Qué tal si te comes un huevo crudo? -¡No mamá,
respondió la hija! -¿Quieres comer un poco de harina de trigo o bicarbonato de
sodio? -Pero mamá, ¿qué dices? ¡Eso me sentaría mal! La Madre le respondió: -Es
cierto, todas esas cosas están crudas, sosas, pero cuando las colocamos juntas,
en su justa medida, se transforman en un delicioso pastel. Dios trabaja de
forma similar. La gente se pregunta: ¿Por qué Dios permite que pasemos por
momentos difíciles? Y no saben que cuando Él permite que todas esas cosas
actúen según Su orden perfecto, siempre obran para bien. No necesitas
conformarte con ingredientes crudos. Déjalo todo en sus manos y sin darte
cuenta se transformarán en algo fantástico. “Y sabemos que Dios hace que todas
las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman…” Romanos 8: 28