Un sacerdote salió un día a caminar por una hilera de casas muy
suntuosas de estilo victoriano. Mientras paseaba por allí divisó a un
muchachito saltando en el portal de una de ellas, bella y antigua. Estaba tratando
de alcanzar el timbre que se hallaba en un lugar alto de la puerta, pero era
muy pequeño para llegar. Sintiendo pena por el muchacho, el sacerdote se llegó hasta
allí, entró al portal y tocó el timbre con fuerza por El. Entonces sonrió y le
dijo: “¿Y ahora que, jovencito?” “Ahora”, exclamó el muchacho, “¡A correr como
locos!