Es mucho más eficaz lograr la coincidencia de otros con usted a
través de sus acciones, sin decir palabra alguna. El problema de tratar de
probar una posición u obtener una victoria mediante la argumentación verbal
reside en que usted nunca puede determinar con certeza de qué manera sus
palabras afectan a las personas con las que está discutiendo: puede ser que en
apariencia coincidan con usted, pero por dentro quizá no aprueben sus ideas. O
tal vez los haya ofendido algo que usted dijo sin darse cuenta: las palabras
tienen esa insidiosa cualidad de ser interpretadas de acuerdo con el estado de ánimo
y las inseguridades del que las recibe. Ni siquiera el mejor argumento tiene
una base por completo sólida, dado que todos hemos llegado a desconfiar de la
naturaleza escurridiza de las palabras. Alguien dijo que: “Las palabras son más
baratas por docena”. Todo el mundo sabe que, en el fragor de una discusión,
todos decimos cualquier cosa con tal de apoyar nuestra causa. Muchos citan la
Biblia, otros hacen referencia a estadísticas imposibles de verificar. Los
actos y las demostraciones son mucho más convincentes y significativos. Están
ahí, a la vista, podemos verlos y tocarlos. No hay palabras que ofendan ni
posibles malas interpretaciones. Nadie puede discutir una demostración
concreta. Benjamín Disraeli dijo: “Nunca discuta. En una sociedad no debe
discutirse nada; solo presente resultados”. ¡Olvídese de la historia del parto
y muéstrenos al bebé!