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domingo, 4 de octubre de 2020

El testigo

 


El tribunal estaba lleno de personas expectantes, preocupadas y también de otras totalmente indiferentes. El testigo sale de un asiento y se dirige al estrado ¡Cruza una mirada con el acusado! Sabe que tiene en sus manos el destino de aquél hombre. Ni un gesto, nada. Todos están a la espera de su respuesta. Y el momento no tarda. El abogado le pregunta si estuvo el día tal y a determinada hora, con su cliente. Un si o un no, determinará si el acusado quedará o no en libertad. Su respuesta dará sustento a la versión del implicado. Será la coartada oportuna y perfecta. El silencio lo invade todo y en la fugacidad de un momento que se convierte en una eternidad, el testigo dijo: ¡No lo conozco... y no sé de qué me habla! Negarlo fue tanto como dictarle una sentencia. La Justicia sería implacable. El “antes” testigo, desconoció largos años de amistad y secretos compartidos en la intimidad de una camaradería. El testigo negó a su mejor amigo, echó por tierra la defensa y dejó sin piso cualquier argumento. Aquel, en quien confiaba el acusado, de quien esperaba respaldo y que testificara a su favor, le ha negado públicamente… ¿Y si el acusado hubiese sido usted? Usted que estaría con la esperanza de que en un momento de crisis su amigo más cercano le brindara su ayuda y sin embargo, ¿Delante de todos le niega, le desconoce? Y todavía… algunos de nosotros tenemos la osadía de juzgar a Pedro (Mateo 26: 69 – 75).