Cuando la nación enfrentó el desastre (2 Crónicas 20), Josafat,
rey de Judá hizo un llamado al pueblo para que tomara en serio a Dios y que
ayunara por un tiempo determinado. Al separarse de la rutina diaria de la
preparación y el consumo de la comida, pudieron dedicar ese tiempo extra a
considerar su pecado y a orar para pedir ayuda a Dios. El dolor agudo del
hambre reforzaría sus sentimientos de penitencia y les recordaría su debilidad
y su dependencia de Dios. La oración de Josafat tenía varios ingredientes
esenciales: (1) Entregó la situación a Dios, reconociendo que sólo Dios podía
salvar a la nación. (2) Buscó el favor de Dios ya que su pueblo era el pueblo
de Dios. (3) Reconoció la soberanía de Dios en la situación actual. (4) Alabó la
gloria de Dios y se consoló en sus promesas. (5) Profesó una dependencia
completa de Dios, no de sí mismo, para la liberación. Cuando el enemigo avanzó
en Judá, Dios habló por medio de Jahaziel: “No temáis ni os amedrentéis...
porque no es vuestra la guerra, sino de Dios”. A veces Dios, te permite llegar hasta la línea de batalla; no para
que pelees, sino para que veas, como pelea El por ti. Si pedimos la ayuda de
Dios cuando enfrentemos luchas, Dios peleará por nosotros. Que no se equivoquen
tus adversarios o los que te difaman. Dios va contigo, no solo te acompaña, Él
te defiende. ¡Y Dios siempre triunfa! “Ellos pelearán contra ti, pero
fracasarán, porque yo estoy contigo y te protegeré. ¡Yo, el Señor, he hablado!”
Jeremías 1: 19