¡Silencio! el Maestro va a
iniciar su predicación, la multitud que se apiña alrededor de Jesús compone el
trasfondo de la audiencia. En un círculo más cercano se encuentra el pequeño
grupo de sus discípulos recientemente escogidos, el círculo íntimo por medio de
quienes se proponía transmitir su evangelio al mundo entero. El Obispo Gore lo
expresa en forma exquisita: “El Sermón del Monte fue hablado al oído de la
iglesia, ¡pero todo el mundo lo alcanzó a oír!”. Este “sermón” probablemente
resume varios días de predicación. En él, Jesús proclamó su actitud hacia la
Ley. La posición social, la autoridad y el dinero no son importantes en su
Reino; lo que importa es la obediencia fiel de corazón. ¡Bienaventurado! ¡Feliz!
¡Dichoso! Jesús empezó su sermón con palabras que aparentemente se
contradecían. Pero la forma en que Dios quiere que vivamos muchas veces
contradice la del mundo. Si quiere vivir para Dios debe estar dispuesto a decir
y hacer lo que para el mundo parecerá raro. Debe estar dispuesto a dar cuando
otros desean quitar, amar cuando otros odian, ayudar cuando otros abusan. Al
hacerlo un día recibirá todo, mientras los otros terminarán sin nada. Cada
bienaventuranza habla de cómo ser afortunado y feliz. Estas palabras no
prometen carcajadas, placer ni prosperidad terrena. Jesús pone de cabeza el
concepto terreno de la felicidad. Para Jesús, felicidad es esperanza y gozo,
independientemente de las circunstancias eternas. Los nobles ideales, los
maravillosos principios espirituales del Sermón tienen que provocar una
profunda impresión sobre la persona espiritualmente sensible y pensante. Las
multitudes quedan impactadas por el contenido del mismo y por la autoridad de
Jesús. Ahora les corresponde encarar el desafío que se les presenta y hacer su
elección personal, al igual que nosotros.