lunes, 10 de julio de 2017

El Sermòn de la montaña


¡Silencio! el Maestro va  a iniciar su predicación, la multitud que se apiña alrededor de Jesús compone el trasfondo de la audiencia. En un círculo más cercano se encuentra el pequeño grupo de sus discípulos recientemente escogidos, el círculo íntimo por medio de quienes se proponía transmitir su evangelio al mundo entero. El Obispo Gore lo expresa en forma exquisita: “El Sermón del Monte fue hablado al oído de la iglesia, ¡pero todo el mundo lo alcanzó a oír!”. Este “sermón” probablemente resume varios días de predicación. En él, Jesús proclamó su actitud hacia la Ley. La posición social, la autoridad y el dinero no son importantes en su Reino; lo que importa es la obediencia fiel de corazón. ¡Bienaventurado! ¡Feliz! ¡Dichoso! Jesús empezó su sermón con palabras que aparentemente se contradecían. Pero la forma en que Dios quiere que vivamos muchas veces contradice la del mundo. Si quiere vivir para Dios debe estar dispuesto a decir y hacer lo que para el mundo parecerá raro. Debe estar dispuesto a dar cuando otros desean quitar, amar cuando otros odian, ayudar cuando otros abusan. Al hacerlo un día recibirá todo, mientras los otros terminarán sin nada. Cada bienaventuranza habla de cómo ser afortunado y feliz. Estas palabras no prometen carcajadas, placer ni prosperidad terrena. Jesús pone de cabeza el concepto terreno de la felicidad. Para Jesús, felicidad es esperanza y gozo, independientemente de las circunstancias eternas. Los nobles ideales, los maravillosos principios espirituales del Sermón tienen que provocar una profunda impresión sobre la persona espiritualmente sensible y pensante. Las multitudes quedan impactadas por el contenido del mismo y por la autoridad de Jesús. Ahora les corresponde encarar el desafío que se les presenta y hacer su elección personal, al igual que nosotros.