Todos conocemos el conmovedor relato de Job, quien llega al abismo
de la desesperación, pero se resiste a pensar que Dios lo está castigando; y si
Dios lo estuviera haciendo, cree que dejaría de hacerlo si tan sólo escuchara
su perspectiva de los hechos. Frente a las acusaciones triviales de sus amigos,
y ante la pedante reiteración de sus argumentos, Job sabe, aun en medio de su
angustia, su dolor, su sufrimiento y abandono, que puede mantener la frente en
alto porque, en última instancia, el universo se afirma sobre la justicia y por
lo tanto llegará su reivindicación personal ante Dios y ante el mundo. Pero en
razón de su tenacidad, Job está peligrosamente a punto de declarar su propia
razón y forzar a Dios a reconocerlo. ¿Podemos culpar a Job? ¿Quién de nosotros
resistiría todo lo que él sufrió? Dios no respondió ninguna de las preguntas de
Job. Por el contrario, Dios utilizó la ignorancia de Job acerca del orden
natural de la tierra para revelar su ignorancia del orden moral de Dios. Si Job
no podía entender la manera de trabajar de la creación física de Dios, ¿cómo
podría comprender el carácter y la mente de Dios? A lo largo de su sufrimiento,
Job deseó tener una oportunidad para defender su inocencia ante Dios. Ahora
Dios se le apareció y le dio esa oportunidad. Pero Job decidió quedarse callado
porque ya no era necesario que hablara. Dios le había mostrado que, como ser
humano limitado, no tenía ni la capacidad para juzgar al Dios que creó el
universo ni el derecho de preguntar por qué. “Entonces Job respondió el Señor:
¡Verdaderamente no soy nada! ¿Qué podría responderte? Mi mano pongo sobre mi
boca” Job 40: 3 - 4