Cuando algo muere hay que enterrarlo. Dejarlo expuesto produce un
olor insoportable. ¡Nada es para siempre! Salvo la vida que el Señor ofrece, todo
lo demás muere. Se mueren las finanzas, las personas, las épocas, las
relaciones, la salud, el trabajo, las posiciones, etc. Muchos prefieren vivir los
restos de sus vidas con el olor nauseabundo del lamento, la queja y la victimización.
Sus vidas dejan de fluir, ignorando que cuando algo muere es porque hay otro
algo que quiere vivir. “No se equivoca la semilla cuando muere en el surco para hacerse planta; se equivoca la
que, por no morir bajo la tierra, renuncia a la vida”. El Señor le dijo a Josué:
“Mi siervo Moisés ha muerto… ahora sube tú a la tierra que os he entregado. ¡Josué,
La vida no se detiene! Entierra a Moisés y tú sigue adelante.” Cuando algo
muere aparecen las voces de los que deprimen y oprimen. Nunca faltan los que
vienen para culparnos de la muerte de “ese algo”, para darnos las consabidas
clases de lo que deberíamos haber o no haber hecho. Job los tenía en medio de
su quebranto. Filósofos y eruditos de la existencia humana que solo multiplican
el olor de lo que murió. Ellos podrían escribir libros que lo explican todo y ¡Serían
Best Sellers! No pierdas el tiempo escuchándolos. ¿Que se te fue? ¿Lo lloras? ¡Está
bien! Llóralo un rato pero luego entiérralo y recuerda la vida no se detiene,
tampoco te detengas tú. ¡Aprende de lo sucedido y sigue adelante! El reloj de
Dios tiene su tiempo ajustado para todas las cosas y siempre da la hora exacta
aunque casi nunca coincide con tu reloj…