No hay ningún otro capítulo en las Escrituras, como el Salmo 51,
que presente un modelo tan acabado acerca de cómo debe una persona resolver la
culpa. David estaba de verdad arrepentido de su adulterio con Betsabè y de
asesinar a su esposo para cubrir este pecado. Sabía que sus acciones dañaron a
mucha gente. Sin embargo, debido a que se arrepintió, Dios lo perdonó
misericordiosamente. ¡Ningún pecado es demasiado grande para que no reciba
perdón! David confiesa su pecado sin intentar justificarse en absoluto; también
reconoce toda la gravedad de su falta, se encomienda a la misericordia de Dios,
y aun admite que la corrupción reside en la esencia de su propia naturaleza. ¿Cuándo
exactamente escribió David este salmo? ¿Antes o después que muriera su hijo?
Creo que antes. Su ruego por la vida del niño, en oración y ayuno, seguramente
fue sincera (2 Samuel 12: 16), pero la muerte del bebé no encontró a David
deprimido, sino listo para encarar la vida con gozo en Dios. Muchos problemas
lo aguardaban, conflictos familiares y políticos de un tenor que hubieran
amargado a cualquiera. Pero David había descubierto el secreto de la comunión
restaurada con Dios y por eso todavía se le considera como el rey más grande
que haya gobernado a Israel. ¡Mientras haya vida hay esperanza! Todavía hay oportunidad
para venir ante Dios y ponerse a cuentas, y expresar con corazón arrepentido: “Oh
Dios, ¡pon en mí un corazón limpio!, ¡dame un espíritu nuevo y fiel!” Salmo 51:
10