La manera como uno termina es más importante que la manera como
uno comienza. Un final feliz es el resultado de buenas decisiones, y de una
disciplina fiel y constante durante toda la vida. Saúl fue una vez un guerrero
alto, apuesto, modesto, generoso, valiente, un líder y servidor humilde. De la
noche a la mañana Saúl rompió todos los índices de popularidad, demostrando ser
un guerrero valiente y capaz, un competente general y un sólido líder. Pero,
por no querer someterse a Dios su corazón se endureció, se hizo más grande a
sus propios ojos que a los ojos de Dios. Se convirtió en una víctima de sí
mismo: se llenó de orgullo, impaciencia, rebeldía, celos e intentos de
asesinato. Sin embargo Dios le dio al rey una nueva oportunidad para que este
se sometiera a Él y reconociera a Dios como el verdadero rey de Israel (1 Samuel
15) pero nuevamente desobedeció y se excusó, transfiriendo la culpa, para ocultar su
mentira. Samuel desiste de salvar la corona de Saúl quien se había convertido
en un caso perdido y le dice: “Como tú no quieres nada con Dios, Dios tampoco
quiere nada contigo” (V. 23) ¿El triste final de Saúl? ¡El suicidio! A
diferencia de Saúl, dé marcha atrás. Reconozca su error. Busque la misericordia
del Señor. Inclínese humildemente delante de Dios. Póngale fin a su rebeldía. Verás
que Él está listo a escuchar, dispuesto a perdonar y lleno de misericordia.