lunes, 17 de julio de 2017

Las manos del abuelo


El abuelo estaba sentado en la banca del patio.  No se movía, solo estaba sentado cabizbajo mirando sus manos. Entonces le dije: - Abuelo, hace rato que veo como miras tus manos. -  ¿Te has mirado alguna vez tus manos?- Me preguntó. Lentamente abrí mis manos y me quedé contemplándolas.  Volteé mis palmas hacia arriba y luego hacia abajo.  -No, nunca- le dije. El abuelo sonrió y me dijo: “Estas manos, aunque arrugadas, secas y débiles han sido las herramientas que he usado toda mi vida para alcanzar, agarrar y abrazar la vida. Ellas pusieron comida en mi boca y ropa en mi cuerpo. Cuando niño, mi madre me enseñó a plegarlas en oración.  Ellas ataron los cordones de mis zapatos y me ayudaron a ponerme mis botas.  Han estado sucias, raspadas y ásperas, hinchadas y dobladas. Se mostraron torpes cuando intenté sostener a mi recién nacido hijo.  Ellas temblaron cuando enterré a mis padres y esposa y cuando caminé por el pasillo con mi hija en su boda.  Han cubierto mi rostro, peinado mi cabello y lavado y limpiado el resto de mi cuerpo.  Han estado pegajosas y húmedas, dobladas y quebradas, secas y cortadas. Y hasta el día de hoy, cuando casi nada más en mí sigue trabajando bien, estas manos me ayudan a levantarme y a sentarme, y se siguen plegando para orar. Estas manos son la marca de dónde he estado y la rudeza de mi vida.  Pero más importante aún, es que son ellas las que Dios tomará en las Suyas cuando me lleve a casa. Y con mis manos, Él me levantará para estar a Su lado y allí utilizaré estas manos para tocar el rostro de Cristo”. Quedé impactado… ¡Nunca más volví a mirar mis manos de la misma manera! Poco tiempo después, Dios estiró Sus manos tomó las de mi abuelo y se lo llevó a casa...