En Efesios capítulo 2: 11 al 22, el Apóstol Pablo expresa que los
gentiles no debemos olvidar que antes estábamos excluidos de la ciudadanía
israelí, viviendo en este mundo sin Dios y sin esperanza. Pero ahora hemos sido
acercados por medio de la sangre de Cristo, el cual nos ha unido, a los
gentiles, con los judíos en un solo pueblo por medio de su cuerpo en la cruz,
derribando el muro de hostilidad que nos separaba a unos y otros. Dios hizo la
paz entre judíos y gentiles al crear de los dos grupos un nuevo pueblo en él y
la hostilidad que había entre nosotros quedó destruida. Ahora, juntos
constituimos su casa, la cual está edificada sobre el fundamento de los
apóstoles y los profetas. Y la piedra principal es Cristo Jesús mismo. El plan
de Dios, continúa diciendo el Apóstol en Efesios 3: 6, consiste en que todos
los judíos como los gentiles que creen la Buena Noticia gozan por igual de las
riquezas heredadas por los hijos de Dios. Ambos pueblos forman parte del mismo
cuerpo y ambos disfrutan de la promesa de las bendiciones porque pertenecen a
Cristo Jesús. Ya no importa, según Gálatas 3: 28, si somos judíos o no, si
somos esclavos o libres sin distingo de género. Si estamos unidos a Jesucristo,
todos somos iguales. Lo importante, concluye Pablo en Gálatas 6: 16, es ser una
persona distinta, una nueva creación. Que la paz y la compasión de Dios estén
con todos los seres humanos que ajusten su vida a esta norma; ellos son el
nuevo pueblo de Dios ¡El Israel de Dios!