La muerte es un ser viviente con cualidades de una persona:
pensamientos, emociones y voluntad. Actúa con poder y libertad limitados sobre
todo ser vivo: en un tiempo y espacio, también limitados (Apocalipsis 6: 8). La
muerte ejerce su dominio en la tierra y nosotros somos sus víctimas como consecuencia
de la desobediencia de Adán y Eva al violar la prohibición expresa de parte de
Dios en Génesis 2: 16 – 17. Sin embargo, Isaías profetiza (25: 8) que un día
Dios le quitaría el poder que una vez otorgó a la muerte. Lo anterior se
cumplió cuando Jesús destruyó por medio de Su muerte, el poder de quien tenía
el dominio sobre “El Imperio de la muerte” según Hebreos 2: 14 y Hechos 2: 24.
¡El poder que tenía la muerte ahora le pertenece a Cristo! “Yo soy el que vive.
Estuve muerto, ¡pero mira! ¡Ahora estoy vivo por siempre y para siempre! Y
tengo en mi poder las llaves de la muerte y del lugar de los muertos”
(Apocalipsis 1: 18). Un día establecido, ella será juzgada como una persona y
con sentencia firme se ejecutará la pena (Apocalipsis 20: 13 – 14). Es verdad
que la muerte es un padecimiento por el que irremediablemente hasta el día de
hoy nosotros, los seres humanos, tenemos que padecer hasta la segunda venida de
Jesucristo. ¡Su misión es el fracaso de la iglesia! Y aunque generación tras
generación sucumba ante el poder de la muerte física, otras generaciones
surgirán para que la iglesia continúe. ¡Jesús lo dijo! “Voy a construir mi
iglesia; y ni siquiera el poder de la muerte podrá vencerla.” Mateo 16: 18.