¿Hasta qué punto debe ceder una esposa a lo que le pide su marido?
Jeroboam, rey de diez tribus de Israel tenía un hijo muy enfermo. El rey estaba ansioso para saber cuál sería el
resultado de la enfermedad y no atreviéndose a ir personalmente a consultar al
profeta Ahías, decidió que sería mejor que fuera su esposa, con la precaución
de disfrazarse, para evitar que la reconociera. Su esposa accedió… Apenas hubo
oído el sonido de los pies de la reina, Ahías la saludó diciéndole: “Entra,
mujer de Jeroboam. ¿Por qué te finges otra? Tan pronto regreses a la ciudad el
hijo va a morir, porque Jeroboam ha hecho lo malo sobre todos los que han sido
antes de él”. El principal pecado de la mujer de Jeroboam fue a asentir a la
petición u orden de su marido, cuando esta orden estaba en discrepancia con los
mandamientos del Señor. El deber que tiene la esposa a estar sumisa a su marido
y hacer su voluntad tiene sus límites. El marido tiene autoridad sobre la
esposa y en un caso de diferencia de opinión irreconciliable ella tiene que
ceder. Sin embargo, el límite de esta sumisión lo marca la conciencia que no se
puede transgredir. En cuanto la conciencia de la mujer le asegura que lo que
pide su marido está prohibido por Dios, no sólo tiene que negarse a ello, sino
que tiene que resistirse a cumplir sus deseos. La autoridad del marido no está
por encima de la autoridad de Dios. La mujer que da su visto bueno a los
designios pecaminosos del marido ya no es una «ayuda idónea para él». Le ayuda
a condenarse y se condena ella al mismo tiempo.