Una mujer había perdido a su marido, y con ello el medio de
sustento de la familia. Tenía un niño cuya edad no le permitía ser ningún apoyo
para la casa, sino una carga material para la madre. A la viuda no le faltaban
las preocupaciones y suponemos que su fe se había amortiguado gravemente. Esta
mujer vivía con tantas dificultades para seguir adelante, que tenía que ir
recogiendo leña echada por los caminos, a consecuencia del hambre generalizada
en el país. La vida se había hecho imposible y el fin estaba cerca. Entonces, ocurre
algo extraordinario. Un hombre de extraño aspecto y de avanzada edad, que se dirigía
al pueblo, le dice que le traiga un vaso de agua y un bocado de pan. La mujer
con una mirada triste le contestó que solo tenía un poco de harina para
elaborar un pequeño pan para comerlo con su hijo y posteriormente dejarse morir
de hambre. De inmediato la mujer escucha, de parte de Elías, una noticia
estupenda con oídos incrédulos: «La harina de la tinaja no escaseará, ni el
aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la
faz de la tierra.» La mujer hizo la tarta y comieron los tres. Y la harina no
escaseó ni menguó el aceite de la tinaja. ¡La fe de la mujer se había
reavivado! ¿Cómo es posible negar la evidencia de que Dios proveía para ellos,
con la intervención de aquel varón extraño, que se había quedado aposentado en
la casa?