“Entonces bajé a la casa del alfarero, y lo encontré trabajando en
el torno. Pero la vasija que estaba modelando se le deshizo en las manos; así
que volvió a hacer otra vasija, hasta que le pareció que le había quedado
bien.” Jeremías 18: 3 – 4. En esta alegoría, una parte del material no quería
cooperar, era un barro estropeado, sin embargo, el alfarero tuvo compasión, no
lo abandonó y lo volvió a moldear. Vivimos en la época de los derechos:
diversidad, derechos humanos, libertad para protestar, libertad de elección… ¿Y
los derechos de Dios? Se nos olvida que Dios es el alfarero y nosotros el
barro, que Dios es el Creador y nosotros criatura. Dice el Apóstol Pablo: «¿Quién
eres tú para pedirle cuentas a Dios? ¿Podrá un objeto decirle a quien lo hizo:
“¿Por qué me has hecho así?”». Romanos 9: 20. La alfarería no es una
distracción o un pasatiempo. Dios no está jugando contigo ¡Él tiene un
propósito en tu vida! Jeremías observa al alfarero sin tener ni la menor idea
de lo que el alfarero está formando, el barro no sabe su propósito ¡Pero Dios sí!
El alfarero es bondadoso. No quiere hacer daño al barro. Quiere que el barro se
rinda, abandonándose en sus manos, porque quiere crear algo de él. Mira el
rostro del alfarero, cuan absorto está. ¡Cuán interesado está en el barro!