Muchos tienen la
creencia de que es más fácil demostrar amor a Dios que al prójimo. Unos temen
ser rechazados o esperan reciprocidad del otro. ¡Otros requieren que la otra
persona actúe primero! Con estos pareceres Jesús nunca habría efectuado el más
grande acto de amor ¡Sacrificar su vida! Personas con estas creencias erróneas olvidan
que el resumen de todo el Antiguo Testamento, en lo que a vida moral se refiere,
así como la pieza clave del Sermón de la Montaña es “Tratar a los demás como
uno quiere ser tratado” (Mateo 7: 12). El apóstol Pablo lo confirma en Gálatas
5: 14 cuando dice: “Cada uno debe amar a su prójimo, como se ama a sí mismo.” Entonces
nos preguntamos: ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? La respuesta es: ¡De todas las formas
posibles, siempre y en todo lugar! La Regla de Oro es un desafío a la acción,
exhorta a los ciudadanos del reino a actuar haciendo el bien a los demás,
mientras que la forma negativa “No hago para que no me hagan”, aunque no hace
el mal y puede cambiar el carácter del hombre ¡No actúa en beneficio del otro! La
regla de oro no solo exige amar al que amo o me ama, también implica que mi
amor llegue al que me cuesta soportar y al que me odia. Recuerda que el amor
ama a los indignos de Él y echa un velo sobre multitud de pecados (Proverbios 10:
12). Cuando amas es más fácil pasar por alto sus transgresiones y perdonar… ¿Quieres
la llave que abre todos los corazones? Intenta con el amor. ¡Nunca falla porque
Dios es amor y es imposible que Él falle!