¡No hay ningún ejemplo en la Biblia de santos solitarios o
ermitaños espirituales aislados de otros creyentes! El apóstol Pablo utiliza
magistralmente la analogía del cuerpo humano, en muchas de sus cartas, para
demostrar la importancia que tenemos los creyentes de pertenecer al cuerpo de
Cristo (Efesios 4: 16). Según Pablo debemos estar ligados y funcionando bien
cada uno. Sin embargo, el cuerpo humano puede debilitarse cuando una de sus
partes sufre o se desliga provocando que el resto del cuerpo vea mermado su
buen funcionamiento (1 Corintios 12: 26 - 27). No podemos decir que seguimos a
Cristo si no tenemos ningún tipo de compromiso con el resto de los discípulos y
solo podemos mantenernos espiritualmente en forma si participamos en toda la
vida de una congregación local a través del desarrollo y uso de nuestros dones
(1 Corintios 12: 7). Recuerda que no se trata de edificar tu ministerio, sino
de edificar la iglesia de Cristo. La diferencia entre un mero asistente al
templo y un miembro de la iglesia es el “compromiso”, ese “sentido de
pertenencia” que entre otras cosas evita que nos apartemos del grupo. Para
producir una comunidad cristiana que perpetua el amor se necesita tanto el
poder de Dios como nuestro esfuerzo, así como desarrollar el hábito de reunirse,
incluso cuando no se tiene ganas, porque estamos convencidos de que es
importante (Hebreos 10: 25).