Cuando yo me vaya, no quiero que llores, quédate en silencio, sin
decir palabras, y vive recuerdos, reconforta el alma. Cuando yo me duerma, no
me lleves flores a una tumba amarga, grita con la fuerza de toda tu entraña que
el mundo está vivo y sigue su marcha. No te acerques a mi tumba sollozando. No
estoy allí, no duermo ahí. Soy como mil vientos soplando. Soy como un diamante
en la nieve, brillando. Soy la luz del sol sobre el grano dorado. Soy la lluvia
gentil del otoño esperado. Cuando despiertes en la tranquila mañana, soy la
bandada de pájaros que trina. Soy también las estrellas que titilan, mientras
cae la noche en tu ventana. Por eso, no te acerques a mi tumba sollozando. No
estoy allí ¡Yo no morí! Cuando yo me vaya, extiende tu mano, y estarás conmigo
sellada en contacto, y aunque no me veas, y aunque no me palpes, sabrás que por
siempre estaré a tu lado. Si sientes mi ausencia, no pronuncies nada, búscame
en mis libros, búscame en mis cartas, y entre los papeles que he escrito
apurado. El amor siempre vence a eso que llamamos muerte. Por eso no llores por
tu ser querido, porque sigue siendo querido y permanece a tu lado. Aunque ya no
esté en cuerpo, su espíritu está contigo. Lo sientes en tu corazón, vive en ti
y a si será eternamente. No olvides que solo se fue una parte de ti la que podías
tocar. Cierra tus ojos, acaricia su alma y recuerda como era…