Ernesto Sábato dice que: “Ni el amor, ni los encuentros
verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de las
casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados”. Cuantas veces en
la vida nos hemos sorprendido de cómo, entre las multitudes de personas que
existen en el mundo, nos cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las
tablas de nuestro destino, como si hubiéramos pertenecido a una misma organización
secreta, o ¡A los capítulos de un mismo libro! Nunca sabremos si se les
reconoce porque ya se les buscaba, o se
les busca porque ya bordeaban los aledaños de nuestros destinos. Hubiéramos
podido cruzarnos por ahí sin vernos, mirando hacia otro lado, o haber pasado a
diferentes horas por el mismo lugar, o no haber pasado nunca. Tuvo que haber un
“algo”, un mandato divino, una muy bien estudiado accidente, para que entre los
cientos de millones de habitantes de este mundo, tu y yo coincidiéramos en el
mismo lugar y al mismo tiempo. En nuestro caso, nadie podrá entender cómo es
posible que conociéndonos tantos años, tantos rincones del alma, hoy seamos
solo amigos ¡Una amistad irrompible! Pocos entienden que entre la amistad de un
hombre y una mujer también hay amor.