El momento más triste de una persona es perder a un ser querido.
Ninguna palabra ni ningún gesto pueden cambiar ese dolor. Solo nos resta orar
para que la fortaleza de Dios acompañe a los dolientes en ese día tan triste y
para que puedan encontrar pronta resignación. Todo lo que amamos profundamente
se convierte en parte de nosotros y nada ni nadie, en esta vida, puede
reemplazarla. Hay acontecimientos que no aceptamos ni entendemos, pero que
tienen un porque. Cuando un ser querido fallece quisiéramos que el tiempo
regrese para lograr evitarlo, pero eso no puede hacerse. Debemos entender que nuestro
paso por este mundo es breve y que a todos nos llegará la hora de dejar esta
vida. Además, la muerte a veces llega para darle paz a los que más sufren. San
Agustín dijo que: “Aquellos que nos han dejado no están ausentes sino
invisibles. Ellos tienen sus ojos llenos de gloria fijos en los nuestros llenos
de lágrimas”. Si piensas que tus fuerzas se agotan en esta hora gris y que ya
nada se puede hacer, es momento de que mires al cielo y te des cuenta que Dios está
siempre dispuesto a ayudarte. Que el Señor te conceda a ti y a tu familia paz y
consuelo en este momento difícil. ¡Mi más sentido pésame!