Aún recuerdo el día en que me abrazó tanto la soledad que le tomé
cariño, lloré como un niño y le conté mil historias. Charlamos por largas horas
como dos grandes amigos, después nos despedimos y cada quien siguió su camino.
Sin embargo, hace poco nos volvimos a ver y me alegró su visita. ¡Mi vieja
amiga había venido a hablar conmigo otra vez! Ella sigue siendo la misma,
siempre honesta, siempre lista. Creo que me estoy enamorando de ella. La
soledad poco a poco se está convirtiendo en el gran amor de mi vida. Me ha
acompañado cada vez que me he quedado solo. Incondicional, mi fiel compañera,
siempre está presente cuando más la necesito. Podría arrullarme en sus brazos e
invernar hasta que el sol de alguna primavera confundida se asome a mi ventana.
¿Sabías que la soledad aparece cuando necesitas a alguien en los peores
momentos? Su eterna compañía nunca me ha dejado, aun cuando yo trato de alejarme
de ella, siempre está conmigo. A través de la soledad he aprendido que para
volver a amar debo emprender un trabajo interior que solo ella hace posible. ¡Quién
iba a imaginar todo lo que la soledad nos enseña! Ella no me miente y escucha
mis gritos en silencio y me ve llorar. Me muestra mi valentía, esa valentía que
un día pensé que no tenía. Oh, mi querida soledad, siempre austera y tan
callada. ¡Bienvenida al resto de mi vida!