¿Te ha sucedido? Vas caminando por la calle y sin quererlo cruzas
miradas con una persona a la que ni siquiera conoces, a la que probablemente no
vuelvas a ver, y sientes como se te escapa una sonrisa mientras apartas la
mirada y sigues caminando. Amores del bus, de tiendas o supermercados que no
vuelves a ver más. Amores que duran dependiendo de la velocidad a la que vayas…
besos que se dan con la mirada. Amor pasajero, amor fugaz entre dos
desconocidos que, si tal vez se hubiesen conocido, serían el uno para el otro. ¡Nunca
lo sabremos! Entre dos y cinco segundos se produce un cruce de miradas con un sinnúmero
de interrogantes porque no sabemos qué está pasando por la mente de la otra
persona: ¿Le gusto? ¿Le desagrado? ¿Le recuerdo a alguien? ¿Tengo una mancha de
mayonesa en la barbilla? La pupila se dilata ante su atractivo como resultado
de un sinnúmero de sensaciones que sentimos por dentro. No puedes evitar que tu
corazón se acelere y te invada una ansiedad cálida pero incómoda, dulce pero
incómoda. Es un misterio de un encuentro donde la química orquesta la atracción,
y surge una breve, pero placentera conexión. Basta una sola mirada para que la
impronta del amor se encienda, nazca y nos conquiste de pleno dejándonos sin
aliento. Y se cumple aquello de que: “El amor está en el mundo para olvidar el
mundo”. Surge una chispa neuroquímica, cargada de incertidumbre, deseo e ilusión.
¡Todo surge en 5 segundos! Y después cada uno sigue su camino…