¡Dime a quien admiras y te diré quién eres! Las personas que
admiramos son las personas que nos gustaría ser. Ambicionamos y aspiramos ser
como ellos. ¿Cuáles son tus biografías favoritas, los posters que has pegado en
tu cuarto o el cantante que admiras? Los cristianos de Corinto (2 Corintios 10)
estaban divididos y confundidos respecto si admirar a Pablo o a los falsos
apóstoles. Sin embargo, Pablo no lucha por su reputación como apóstol, sino por
su reconocimiento como cristiano. Es muy difícil, vergonzoso y frustrante
defenderse a uno mismo contra una campaña denigratoria máxime si las
insinuaciones son carentes de prueba. Pablo era acusado de ser un tirano
cobarde que se escondía detrás de sus cartas, pero en persona no era nadie. ¿Qué
hacer al respecto? Apelar a un héroe cristiano a quien ni siquiera sus rivales
pueden cuestionar. Un héroe que no utiliza los métodos del mundo porque las
armas del cristiano son espirituales: Oración, santidad, El Espíritu de Cristo
y la Palabra de Dios. Con esas armas espirituales podemos conquistar
continentes como lo hizo Pablo. Un punto débil de los oponentes de Pablo era
que su autoridad descansaba en la adulación de sí mismos. Aparecieron sin
credenciales, con labia y comparándose con otros reflejando orgullo por
presumir ser mejor. Pablo enfatiza que Él no se incluye ni pertenece a la misma
clase de aquellos que se alaban a sí mismos. Fanfarronear es muy fácil, pero el
que es sabio no presume de nada que no pueda demostrar. El éxito como
misionero, el sinnúmero de almas que había salvado, las iglesias que había
fundado: eran su evidencia concreta.