martes, 15 de enero de 2019

Dime a quien admiras...


¡Dime a quien admiras y te diré quién eres! Las personas que admiramos son las personas que nos gustaría ser. Ambicionamos y aspiramos ser como ellos. ¿Cuáles son tus biografías favoritas, los posters que has pegado en tu cuarto o el cantante que admiras? Los cristianos de Corinto (2 Corintios 10) estaban divididos y confundidos respecto si admirar a Pablo o a los falsos apóstoles. Sin embargo, Pablo no lucha por su reputación como apóstol, sino por su reconocimiento como cristiano. Es muy difícil, vergonzoso y frustrante defenderse a uno mismo contra una campaña denigratoria máxime si las insinuaciones son carentes de prueba. Pablo era acusado de ser un tirano cobarde que se escondía detrás de sus cartas, pero en persona no era nadie. ¿Qué hacer al respecto? Apelar a un héroe cristiano a quien ni siquiera sus rivales pueden cuestionar. Un héroe que no utiliza los métodos del mundo porque las armas del cristiano son espirituales: Oración, santidad, El Espíritu de Cristo y la Palabra de Dios. Con esas armas espirituales podemos conquistar continentes como lo hizo Pablo. Un punto débil de los oponentes de Pablo era que su autoridad descansaba en la adulación de sí mismos. Aparecieron sin credenciales, con labia y comparándose con otros reflejando orgullo por presumir ser mejor. Pablo enfatiza que Él no se incluye ni pertenece a la misma clase de aquellos que se alaban a sí mismos. Fanfarronear es muy fácil, pero el que es sabio no presume de nada que no pueda demostrar. El éxito como misionero, el sinnúmero de almas que había salvado, las iglesias que había fundado: eran su evidencia concreta.