Sin saberlo le invadió un sentimiento de tristeza sin causa aparente.
Sintió ganas de gritar, llorar, de querer estar sola, pero al mismo tiempo
desahogarse con alguien que la entendiera y escuchara toda la noche. Se alejó
de la gente para no fingir sonrisas. Para que no miraran sus ojos cristalizados
conteniendo las ganas de llorar. Se encerró sola en cuatro paredes, lejos de
todo y de todos. Tomó su celular y puso su canción favorita. Y mientras la
cantaba, sus lágrimas caían de sus mejillas. No lloraba por la canción, sino
por lo que la hizo recordar: Aquellos tiempos en que todo era distinto,
nostalgia de esos días donde todo era diferente y mágico. Tomó su almohada,
apoyó su cara y lloró mucho. Lloró no por lo que lloraba, sino por todas las
cosas que no había llorado en su debido momento, por todo lo estuvo aguantando
y guardando. Su corazón estaba quebrantado y su alma necesitaba gritarlo. Estaba
harta de tener ese nudo en la garganta y dejó salir todas sus lágrimas y con
ellas todas las cosas que la hacían sentir mal, para que dejaran de acumularse
en su ser, y así evitar darle paso a otro tipo de sentimientos que podrían herirla
mucho más. Los días pasaron… creía que estaba mejorando, pero luego volvía a
ocurrir, volvía a sentir ese vacío dentro de sí, esa angustia. Volvió el insomnio
y las ganas de llorar por nada y a la vez por todo. Sin embargo, entre sollozos
siempre se le escuchaba gritar: “Deja de llorar, lo superaremos como siempre lo
hemos hecho”.