“Jesús dijo: —Un rey decidió poner al día las cuentas con los
siervos que le habían pedido prestado dinero. En el proceso, le trajeron a uno
de sus deudores que le debía millones de monedas de plata. No podía pagar, así
que su amo ordenó que lo vendieran —junto con su esposa, sus hijos y todo lo
que poseía— para pagar la deuda. El hombre cayó de rodillas ante su amo y le
suplicó: “Por favor, tenme paciencia y te lo pagaré todo”. Entonces el amo
sintió mucha lástima por él, y lo liberó y le perdonó la deuda. Pero cuando el
hombre salió de la presencia del rey, fue a buscar a un compañero, también
siervo, que le debía unos pocos miles de monedas de plata. Lo tomó del cuello y
le exigió que le pagara de inmediato. El compañero cayó de rodillas ante él y
le rogó que le diera un poco más de tiempo. “Ten paciencia conmigo, y yo te
pagaré”, le suplicó. Pero el acreedor no estaba dispuesto a esperar. Hizo
arrestar al hombre y lo puso en prisión hasta que pagara toda la deuda. Cuando
algunos de los otros siervos vieron eso, se disgustaron mucho. Fueron ante el
rey y le contaron todo lo que había sucedido. Entonces el rey llamó al hombre
al que había perdonado y le dijo: “¡Siervo malvado! Te perdoné esa tremenda
deuda porque me lo rogaste. ¿No deberías haber tenido compasión de tu compañero
así como yo tuve compasión de ti?”. Entonces el rey, enojado, envió al hombre a
la prisión para que lo torturaran hasta que pagara toda la deuda.