Había una vez un rey armenio que se aburría soberanamente.
Entonces se le ocurrió organizar un concurso y ofrecer una manzana de oro como
premio al mejor mentiroso de sus súbditos. Gentes de toda condición se
presentaron ante el monarca, sin embargo, ningún embuste lo impresionó. Hastiado
pues de las mentiras de poca monta, el rey estaba a punto de declarar desierto
el concurso. Pero en eso llegó a palacio un hombre harapiento. "Majestad,
vengo a que me devuelva la palangana de oro que le presté", dijo el
hombre. "¡Yo a ti no te he prestado nada, eres un perfecto
mentiroso!", replicó el rey, molesto por el inesperado reclamo de su
vasallo. "Si es así", dijo entonces el pobre hombre, "me gané la
manzana". A punto de caer en la trampa, el rey gritó: "¡No, no. No
eres un mentiroso!". "Entonces", remató el hombre, "tiene
que devolverme la palangana de oro". Ante el dilema, el rey optó por
premiarlo con la manzana.