J.P. Morgan estaba interesado en comprar un prendedor de perlas.
El joyero encontró uno precioso y se lo envió con una cuenta de US$5,000. Al
día siguiente la caja fue regresada al joyero con una nota que decía: "Me
gusta el prendedor, pero no me gusta el precio, si usted acepta el cheque
adjunto por US$4,000 por favor reenvíe la caja cuyo sello de seguridad no ha
sido abierto". El joyero furioso devolvió el cheque con el mensajero.
Cuando abrió la caja se dio cuenta que dentro estaba un cheque por US$5,000 de
J.P. Morgan.