Una manera de demostrar la inteligencia es sabiendo ignorar lo que
no vale la pena. Poco a poco la vida te enseña por lo que debes luchar y porque
renunciar. Es la vida la que te dice que vale la pena, que no vale la pena y
que no merece ni un minuto en tu vida. Renunciar es cambiar ¡Cambiar asusta!
¿Pero sabes que asusta más? ¡Lamentarte de no haberlo hecho! Si algo te hace
llorar más de lo que te hace sonreír… no vale la pena, como no vale la pena
esperar algo que sabes que nunca llegará. Hay cosas que valen la pena y otras
simplemente… dan pena. Decía Carlos Rentalo que: “Nada vale la pena si tú no
eres feliz”. Solo vuelve lo que realmente vale la pena, lo que no tiene que
estar a tu lado, solo se aleja. Hay personas por las que vale la pena cruzar un
océano nadando, y otras por las que ni vale la pena mojarse el pie. Solo el
tiempo te demostrará quien vale la pena y quién no. A quien le importas y a
quien le dejaste de importar. Quien cree en ti y quien nunca lo hizo. Quien no
pide perdón, no vale la pena como tampoco vale la pena quien no asume echar de
menos. Mucho menos vale la pena la gente que no vuelve a hablar contigo después
de discutir. Solo el tiempo te enseñará a valorar, a esa gente incondicional
que siempre está contigo. ¿El resto? ¡No vale la pena!