Nelson Mandela dijo una vez: “Mientras salía por la puerta hacia
la entrada que conduciría hasta la libertad, sabía que si no dejaba mi amargura
y mi odio atrás, todavía estaría en prisión”. La amargura y el rencor son
“anclas” que le impiden al barco de la felicidad navegar a su destino. Cuando
se guardan sentimientos de amargura, la felicidad busca otro sitio para
albergarse. Por eso hay que pintar la vida con sonrisas, antes que la destiña la
amargura. La madre Teresa de Calcuta decía: “Prefiero ser una gotita de amor,
en un mar de amargura”. Llega un momento en la vida en que debes alejarte del
drama sin motivo y de la gente que lo provoca, rodeándote de personas que te
hacen reír tan fuerte que olvidas lo malo y te enfocas solo en lo bueno. Empieza
a liberarte de todo lo que no es saludable: situaciones, personas, gustos y
cosas. Algunos lo llaman egoísmo, yo lo llamo “amor propio”. Recuerda que lo
que más amarga al amargado, es no lograrle amargarle la vida a los demás. ¡Se
feliz! Que cualquiera que quiera amargarte la vida, pierda su tiempo. Se suave,
no dejes que el mundo te endurezca, no dejes que el dolor te haga odiar. No
dejes que la amargura te quite la dulzura, porque por cada gota de dulzura que
alguien da, hay una gota menos de amargura en el mundo. Aleja la amargura
dejando la “queja” y reconociendo que necesitas muy poco para ser feliz. Ocúpate
primero de ti, quiere incondicionalmente y no exijas nada a nadie. Al
contrario, quiere incondicionalmente a los demás y utiliza el humor y el amor
frente a la locura ajena.
