Era una tarde muy soleada y calurosa. Una zorra, que había estado
cazando todo el día, estaba muy sedienta. “Cómo me gustaría encontrar agua”,
pensó la zorra. En ese momento vio un racimo de uvas grandes y jugosas colgando
muy alto de una parra. Las uvas parecían maduras y llenas de zumo. El racimo colgaba de una rama muy alta, y el zorro saltaba y
saltaba pero no la alcanzaba. Luego decidió retroceder, y que el impulso le
sirviera en su objetivo, pero no tuvo sentido, la rama era inalcanzable y el
zorro empezaba a agotarse. Una y otra vez lo intentó pero sus esfuerzos no
sirvieron. Las uvas parecían estar casi en el cielo. Después de un rato se
detuvo y observo las uvas con disgusto: -“¡Qué tonta soy!” dijo la zorra con
rabia. “Las uvas están verdes y no se pueden comer. De todas maneras, ¿para qué
las querría? Y así se marchó la zorra mirándolas con mucho, mucho desprecio.