Al terminar la clase, y mientras el maestro organizaba unos
documentos encima de su escritorio, se le acercó uno de sus alumnos y en forma
desafiante le dijo: -Profesor, lo que me alegra de haber terminado la clase es que
no tendré que escuchar más sus tonterías y podré descansar de verle esa cara
aburridora. El alumno estaba erguido, con semblante arrogante, en espera de que
el maestro reaccionara ofendido y descontrolado. El profesor miró al alumno por
un instante y en forma muy tranquila le preguntó: -¿Cuándo alguien te ofrece
algo que no quieres, lo recibes? -Por supuesto que no. Contestó de nuevo en
tono despectivo el muchacho. -Bueno, prosiguió el profesor, tú me estás
ofreciendo rabia y desprecio y si yo me siento ofendido o me pongo furioso,
estaré aceptando tu regalo, y yo, mi amigo, en verdad, prefiero obsequiarme mi
propia serenidad. Yo no puedo controlar lo que tú llevas en tu corazón pero de
mí depende lo que yo cargo en el mío.