La Soledad se siente, nadie la ve y solo se experimenta en el
interior de uno. Estar solo es una conducta, es una elección que no duele.
Caemos en el error de confundir estar en Soledad con estar solo. De estar solo
se entra y se sale cuando uno lo desea o necesita. La Soledad es más compleja,
más profunda, más dolorosa, más triste, más aterradora. Los seres humanos hemos
sido diseñados de tal manera que tenemos una necesidad innata o interior para
conocer a los demás y al mismo tiempo ser conocidos. Por naturaleza, somos
criaturas sociales, y si bien, uno puede llegar a negarse a esta demanda en
determinadas ocasiones, no puede vivir sin un contacto significativo con otras
personas. Incluso cuando una persona viene al mundo, es a través de una comunión
sexual de dos personas, por lo que un humano solitario es contrario a la forma
en que los seres humanos estamos diseñados, por eso, el poeta inglés John Donne
dice: “Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo. Todo hombre es un pedazo
del continente, una parte de la totalidad”. Pero también debemos entender que
la Soledad es una condición humana completamente normal en la que uno se da
cuenta de sí mismo como persona que es independiente de todas las otras personas
en el mundo. Es justamente esta conciencia lo que nos motiva a llegar a los
demás para ayudar, servir o amar. Vivamos solos o acompañados es imprescindible
permitirse y permitir espacios de Soledad.
En ese silencio, en esa introspección es donde descubriremos y ampliaremos
nuestra vida interior, nuestra riqueza subjetiva. Nos favorece tener vida
propia y no vivir la vida del “otro". Si a la soledad la pensamos así,
estaremos siempre acompañados por amigos, compañeros, actividades, etc.
Estaremos bien, a solas con nosotros mismos, y sin que ello signifique aislarse
del mundo. Así, podremos recorrer el camino que va de la soledad padecida a la
soledad elegida.