Un pescador muy pobre, echó al mar su red y sacó un hermoso pez
dorado. -Por lo menos tengo algo para cenar junto a mi mujer -se dijo,
contento. Pero éste era un pez mágico y, por tanto, podía hablar: -¡No me
mates! ¡No me mates! Yo soy el rey de todos los peces y tengo poderes. Si me
liberas, te concederé tres deseos; los que tú o tu mujer deseéis lo podréis
obtener. Pasada su sorpresa inicial, el pescador decidió creer, y devolvió al
mar a aquel maravilloso pez. Al llegar de regreso a su choza, feliz, dijo a su
mujer: -El rey de los peces nos ha concedido tres deseos, mujer; todo aquello
que queramos se nos concederá. -¡Qué bueno! -dijo la esposa, y agregó-. Con el
hambre que tengo... ¡que aparezca una rica salchicha en mi mesa! Y su deseo se
cumplió. -¡Pero qué has hecho, mujer estúpida! Has gastado uno de los tres
deseos en una tontería pudiendo haber pedido ser la dueña de diez fábricas de
salchichas... ¡Por idiota, me gustaría que esa salchicha se pegase en tu nariz!
Y naturalmente, así sucedió. Y no hubo forma de despegarla sin torturar a la
mujer, así que obligatoriamente el tercer deseo consistió en que aquella
salchicha desapareciese para siempre de sus vidas, y así fue; después de todo,
el pescador y su mujer no obtuvieron nada.