El pequeño Benjamín se sentó al escritorio, a escribirle una carta
a Dios para pedirle una hermanita. Comenzó la carta así: Querido Dios: He sido
un niño bueno... Se detuvo, pensando. "No, Dios no va a creer esto".
Arrugó el pedazo de papel, lo tiró y comenzó nuevamente: Querido Dios, la mayor
parte del tiempo he sido un niño bueno... Se detuvo a la mitad de la oración y
nuevamente pensó: "Dios no se va a conmover con esto". Así que arrugó
la carta que fue a dar al bote de la basura. Benjamín entonces fue al baño y
tomó una gran toalla. La llevó a la sala y suavemente la colocó sobre el sofá.
Le quitó todas las arrugas. Luego se acercó a la repisa de la chimenea y muy
cuidadosamente bajó una estatuilla de la virgen. Había visto con frecuencia a
su madre sacudirla con mucho cuidado, y él mismo se había quedado
contemplándola un montón de veces. En varias ocasiones sus padres le habían
dicho que podía mirarla, pero no podía tocarla. Ahora, con todo el cuidado del
que era capaz, la tenía en su poder. Benjamín colocó la estatuilla con mucha
precaución en medio de la toalla, dobló los bordes cuidadosamente y luego puso
una liga alrededor. La trajo al escritorio, tomó otro pedazo de papel y comenzó
a escribir su tercera carta a Dios. Decía así: Querido Dios, si quieres volver
a ver a tu madre...