¿Cuantas veces nos hemos detenido en un determinado momento de
nuestra vida a tomar una decisión radical? Supongo que por lo menos una vez. Balanceamos
nuestros deseos, medimos las posibles consecuencias y los daños que estos
puedan ocasionarnos. Creemos que tomamos la decisión correcta, la que no
afectará para mal nuestro destino y de repente... nada es lo que queremos. Bien
dicen que: “El que elige, elige lo peor”. Lo malo no es tomar la decisión
equivocada, sino el no saber rectificar nuestro camino, el no reconocer que
sencillamente nos equivocamos... Es muy simple pero a la vez tan difícil... Es
difícil reconocer que erramos el camino, Es difícil decir me equivoqué, Es
difícil dar a conocer un error, Es difícil pedir comprensión a los otros, Es
difícil pedir un poco de ayuda u orientación. Pero sobre todo es mucho más
difícil entender que cuando llegamos a la encrucijada de nuestro destino... no
elegimos el camino correcto. Y culpamos a todo el mundo menos al verdadero
culpable... ¡NOSOTROS MISMOS! Así que la próxima vez que tomes una decisión
radical piensa lo siguiente... No soy un ser perfecto y puedo equivocarme... y también puedo rectificar mi camino. Pero
elígelo tú solo, así cuando no sea lo que esperas, cuando sea un error, toma en
cuenta esto... Es un error... ¡pero es TU error!