Ganar no es algo momentáneo, es algo permanente. Uno no gana de
vez en cuando, uno no hace las cosas bien a veces, uno hace las cosas bien
siempre. Ganar es un hábito y, lamentablemente, también perder. No hay cabida
para un segundo lugar. En mi juego, sólo existe un lugar: El primero. He
terminado en segundo lugar dos veces desde que estoy en Green Bay, y no quiero
volver a terminar segundo nunca más… Cada vez que un jugador de fútbol ingresa
a la cancha, tiene que jugar poniendo todo el cuerpo: Desde la planta de los
pies hasta la cabeza. Interviene cada parte del cuerpo. Algunos juegan con la
cabeza, y está bien. Uno debe ser inteligente para ser el primero en cualquier
actividad a la que se dedique. Pero lo más importante es que debemos jugar con
el corazón, con cada fibra del cuerpo. Si uno tiene la suerte de encontrarse
con alguien que use la cabeza y el corazón, esa persona nunca va a salir
segunda. Estar a cargo de un equipo de fútbol no se diferencia en nada de
dirigir cualquier otra clase de organización, ya sea, un ejército, un partido
político o una empresa. Los principios
son los mismos. La mira está puesta en ganar, en derrotar al otro… Una vez que
ingresa al juego, debe conocer las reglas, los objetivos. El propósito es ganar
limpiamente, como es debido y siguiendo las reglas, pero ganar. A decir verdad,
nunca conocí a alguien respetado por su trabajo que, a la larga, en lo más
profundo de su corazón, no aprecie el trabajo intenso, la disciplina… Creo en
Dios y en la decencia del ser humano. Sin embargo, creo firmemente que la hora
más preciada de cualquier hombre -el mayor logro de todo aquello que considera
importante- es cuando, después de haber trabajado hasta el cansancio por una
buena causa, se recuesta en el campo de batalla, agotado y victorioso. (Vincent
Lombardi, Coach de los Empacadores de Green Bay, 1967)